«La Chica de Nieve» ha sido la primera novela de Javier Castillo que he leído. Como buena malagueña escuché hablar de él cuando sacó «El Día que se Perdió la Cordura«, la cual le lanzó a una fama considerable hasta tal punto que en redes se hace llamar “Javier Cordura”. He de añadir que la tengo en lista de próximas lecturas pues, aunque oí hablar de la historia y tengo ganas mil de adentrarme en él, me perdí entre proyectos y fue el comienzo de mi declive como lectora. Teniendo un ejemplar del mismo sobre mi estantería cogiendo un polvo innecesario que estaba dispuesta a limpiar, salió la serie de Netflix de “La Chica de Nieve” la cual se había rodado en Málaga y que, como dato innecesario, mi pareja salía de extra en ella. Por tanto, todo evidenciaba la necesidad de comenzar por la saga de Miren Triggs en vez de la otra. ¡Y así ha sido! Aunque hago inciso para los que habéis visto la serie y así comentar que hay cosas de la producción televisiva que difieren del libro, como el escenario donde todo ocurre, algunos nombres o tipos de personajes, algunos sucesos cambian y otros son suprimidos o añadidos, y, evidentemente, el evento festivo que lo desencadena todo.
“Lo peor del miedo no es que te bloquee, sino que cumpla lo que promete”.
En primer lugar, añadir que he descubierto a un Javier Castillo que ha superado mis expectativas positivamente en cuanto a redacción y argumento se refiere, ya que para bien y para mal iba con muy muy pocas. Se trata de una historia que observa de forma paralela la desaparición de una niña pequeña en una cabalgata y la historia de cómo Miren Triggs básicamente afronta la vida hasta convertirse en la periodista que siempre ha soñado. Es una novela que va sobre el dolor, la superación, el miedo y la esperanza.
Algo que me ha encantado de su escritura son las frases a modo de breve introducción de cada capítulo. Las palabras están escogidas con tal delicadeza que ayudan a que tu mente pueda ponerse en situación antes de comenzar con el capítulo en cuestión.
“Solo se comprende la fragilidad de un castillo de naipes cuando alguien roza una de las cartas”.
Las palabras de Castillo se encuentran en una narrativa mucho más oscura y extensa de lo que parece en la adaptación televisiva, llegando a meternos en el papel de los “villanos” a tal punto de hacernos empatizar con ellos. Hay una serie de momentos en los que realmente te planteas qué harías tú si estuvieras en la misma situación que ellos. Personalmente pienso que ninguna acción de ese tipo es justificable, pero por suerte nunca he tenido que ponerme en situaciones tan extremas en las que poner a prueba el uso de mi buen razonamiento.
“Descubrió que al miedo se le combatía siguiendo adelante, saliendo del pozo y luchando por cambiar las cosas”.
También nos adentra en la cabeza de Miren Triggs y su oscura mentalidad en evolución a lo largo de los años debido a muchas malas pasadas. Tener experiencias tan negativas como una violación, un atraco a mano armada, o un accidente, por poner ejemplos, son de esas que (toquemos madera) no ocurren con tal facilidad o asiduidad, al menos en nuestro país y en comparación con la escena en que nos sitúa la novela de un decadente Nueva York. Por ello, para la mayoría de nosotros debe ser algo inimaginablemente traumático, probablemente más que lo que el mismo autor trata de plasmar. Sin embargo, ¿es motivo para rebelarte del modo en que ella lo hace? Saltándose la lógica, actuando de forma independiente cuando sabe que en realidad debería pedir ayuda (“Es difícil pedir ayuda y mucho más admitir necesitarla”), y otras tantas acciones de justificación dudosa, al menos éticamente hablando. También vemos cómo en ocasiones pisa la línea de lo que se debe o no hacer, tomando la justicia por su mano. Podríamos definirla como la antiheroína de esta historia. Y ciertamente, ser periodista debe de ser difícil de llevar de forma natural, con permiso y sin neutralidad, ya que muchos tienen mala fama por no tener escrúpulos e ir a por el sensacionalismo y con ello se les cierra la puerta de la información de forma generalizada. Por otro lado, también tenemos las figuras del inspector y el profesor, los cuales llegan a rozar el tópico, pero que son necesarios para ahondar más en el desarrollo de Miren. Miren es tan protagonista como el mismo caso de desaparición de Kiera, la niña pequeña. Como ella dice, van de la mano a lo largo del camino.
“Veía las luces de la calle pasar por delante de la ventanilla y sentía que la ciudad era una historia entera que contar. Atravesábamos el vaho de las alcantarillas como si fuesen cortinas gigantes colgadas desde los rascacielos; circulamos sin dificultad por el camino que había decidido tomar el taxista, brindándome el recuerdo de una ciudad con sus luces y sombras, valiente y temerosa, como si desease que desvelara lo que sucede tras cada rincón y a la vez le rogase al mundo que nunca se supiera lo que se escondía tras ella. Cruzamos por el puente Brooklyn y, al llegar al otro lado y conforme nos acercábamos al destino, sentí que mis emociones empezaban a cambiar. Todo era ligeramente más oscuro, todo escondía algo que me recordaba a aquel parque en mitad de la noche” – Miren
Y, por supuesto, no se puede dejar de lado a los personajes de los padres en los que la esperanza siempre tiene cabida entre las lágrimas de un dolor indescriptible. No obstante, son los personajes que más pasan desapercibidos. Su evolución se muestra de forma más simple y plana, con poca cabida a detalles, y siempre reafirmando el sufrimiento que les invade desde lo de Kiera. Desde mi punto de vista, obtenemos más información descriptiva de los “malos”, que aparecen en menos capítulos, que de los padres de la pequeña. Y, sin embargo, podrían haber tenido tanto juego como ellos, aunque fuera por contraposición, e incluso llegar a cometer actos semejantes a los de Miren para echarle así más hierro al asunto.
“Quizá tu puedas seguir adelante y hacer como si nada…, pero yo no. Yo necesito saber que está bien. Necesito saber que no sufre. Verla de vez en cuando me daba eso… Al menos aliviaba un poco el dolor de perderla. Para ti quizá las cintas eran una tortura. Para mi…, para mi eran el único minuto cada varios años que paso junto a ella” – Grace
En la narración vamos conociendo los datos de las historias de forma progresiva, mezclando flashbacks de entre 1998 hasta 2010. Esto es algo positivo para poder ir completando la historia con datos poco a poco, comparándola o añadiendo detalles que de otro modo habríamos ignorado de haberla leído de forma lineal y que, además, nos aportan un poco más de chispa conforme avanzamos. Sin embargo, hay ocasiones en las que hay tantos desvaríos que no es tan fácil acordarse de cuándo ha pasado qué. Al menos, en mi caso, he tenido que leer el libro con varias interrupciones por motivos ajenos a mi voluntad, y cuando volvía a la historia, no recordaba en qué año habían pasado algunas cosas y era un tanto…lioso. Por tanto, del mismo modo que afirmo que me parece que intercalar los capítulos con flashbacks a distintos momentos y personajes está realizado de forma detallosa, también opino que utiliza dicho recurso con demasiada asiduidad como para poder leer con total tranquilidad en caso de no poder hacerlo de forma tan seguida, y eso que mis pausas no han sido tan largas como para olvidar con facilidad.
“Nada más entrar tuve la sensación de haber pisado un cementerio de cacharros que había cambiado la vida de una generación y que habían sido repudiados en cuanto llego algo mejor. ¿No consistía en eso la evolución? El cambio hacia delante, sin importar que se deja atrás”.
Como dato extra sobre Javier Castillo, ¿sabéis por qué comenzó a escribir este tipo de historias? Siempre siento curiosidad por los motivos que llevan a alguien a realizar cualquier tipo de escrito, y este autor compartió el otro día el origen de sus pensamientos a la hora de empezar con las palabras. Según él, tiene un trauma con los objetos perdidos. Resulta que cuando era niño perdió unos cuantos duros de aquel entonces en una feria, cosa que, en sus propias palabras, “fue devastador”. ¡Tanto que aún la recuerda como si fuera de esta misma mañana!
Comenta que buscó la moneda durante horas por todo el recinto sin suerte, llegando a la conclusión de que podría estar “en cualquier lugar, sola, tirada sin valor, o peor aún, en las manos de un niño malcriado de mofletes rojos que me había cruzado al llegar a la feria. Lo seguí un largo rato, tratando de adivinar si tenía una moneda de más, pero su comportamiento era el de un chico normal que había ido con su propia paga” (Javier Castillo). No obstante, esa historia tiene un final feliz, ya que encontró esos duros en el bolsillo días después. Y por suerte para los amantes de los misterios de este tipo, aquello le ayudó a entender la lección de que “la verdad siempre es más simple que cualquier historia que te puedas montar en tu cabeza”. Y con ello, comenzó a hacer lo propio a través de personajes e historias un tanto más complejas y que nos llegan en forma de sus novelas.
Parece un comienzo absurdo para la carrera tan exitosa que está teniendo, pero ¿a quién no le ha pasado que alguna vez de pequeños ha creído perder algo y montó todo un melodrama por ello? Quizá a más de uno nos serviría aprender la misma lección que él y a sacarle partido de algún modo.
“Emergió en la pantalla el eterno ruido blanco, esa nieve continua, de las que invaden nuestra televisión en cuanto no tiene señal”.