«La vida a veces es así, imprevisible; todo el tiempo pasan cosas que no hemos planificado y, en muchos casos, se convierten en la pimienta necesaria dentro de la monótona crema sin sal del día a día«.
“El Día que Dejó de Nevar en Alaska” no es mi primera lectura de Alice Kellen, pero sí mi primera reseña sobre ella. Confieso que, con lo poco que he leído de ella hasta ahora, ¡me encanta su forma de escribir! Es una autora española que consigue que los personajes enganchen y que sus historias se te queden en la cabeza. Pero sin duda alguna, lo que más me fascina de sus libros es la forma en que representa los paisajes, el entorno, las figuras secundarias, e ¡incluso la comida! Tiene una manera sencilla y a la vez detallada de describir todo lo que rodea al personaje, y hace que sumergirse en las escenas sea fácil. Os dejo un extracto sin spoiler que a mí me hizo incluso cerrar los ojos para imaginar el momento y sentir una música que en realidad no estaba escuchando yo.
“La melodía de un piano parece corretear entre las paredes, juguetona, traviesa, como si se burlase de nosotros. Coge fuerza. Y vuelve a dejarse caer, se calma, se convierte en un sonido suave. Es paz. También armonía, un grito de esperanza. Observo el tablero. John acaba de jugar. Avanzo con mi peón. Más notas que se alzan, flotan, se entremezclan. Pienso en lo agradable que sería cazarlas, guardarlas; es una lástima que la música no se pueda acariciar”. […] “La música es ahora furiosa. Veo las notas dentro del mar, en la profundidad del océano, moviéndose a coletazos como si deseasen desesperadamente salir del agua. Son como diminutos pececitos fuera de control. O espermatozoides. Eso tendría gracia”
Sinceramente, pienso que una buena descripción del entorno es un aspecto primordial en una buena novela. Es cierto que lo principal es que la historia tenga gancho, pero no puedes meterte de lleno en la piel de lo que lees si no eres capaz de sentirte en el lugar en el que sucede todo. Tanto ha sido así, que he tenido más frío del que hacía en mi habitación, he investigado mil formas de irme a Alaska un tiempo, he leído historias sobre los Inuit, y he buscado las recetas que aparecen descritas en el libro. De hecho, ya tengo comprados unos filetes de salmón para hacer un buen Sockeye al estilo Seth. El problema es que en mi casa la única que come salmón soy yo, pero bueno, ¡más lo disfrutaré si sale bueno! Y si sale malo, nadie lo sabrá jamás (soy más bien mala en la cocina).
Y ahora, volvamos a la historia en sí. “Lo único en lo que pienso cuando me caigo de bruces contra el suelo es en que vuelvo a estar metida en un buen lío. Los busco, los creo, los encuentro”. Con esa frase se nos introduce el personaje principal, Heather Green, una chica de San Francisco que se muda a Alaska de manera indefinida en un momento de locura, justificada o no. Tras leer esas palabras, no hace falta que te cuente mucho más de lo que sucede en la novela para saber que Heather es una chica que ha sufrido diversos problemas personales a lo largo de su vida. Un pasado oscuro envuelve a esta chica que se ha ido a vivir a un estado tan lejano solo para intentar dejarlo atrás. Ciertamente, la cuestión que no la deja avanzar en la vida es un tema que no se trata lo suficiente, con sus consecuentes extras de drama y exageraciones necesarias en una novela, pero que en base son inseguridad creadas que en la vida real atormentan a muchas personas y les marcan mucho en el día a día y con respecto a su futuro. Y lo peor, que suele traer consigo un sentimiento de culpa muy difícil de gestionar. “La culpa es como una sombra que solo tú puedes ver. Siempre está ahí fuera. Puede ahogarte. Es envolvente y resulta imposible huir de ella”.
No obstante, ella se marcha al primer sitio que se le ocurre y, de una manera un tanto retorcida, cree que de ese modo podrá solucionar y ayudar a sanar el daño creado a su alrededor. Es ahí donde entra la nueva red de personas que se convierten en su hogar con el pasar de las páginas. Sola y en mitad de la nada, coincide con gente que la ayuda a ver las cosas con otra perspectiva, que no juzgan sin más, y que finalmente se convierten en el empujón que ella necesitaba para madurar y avanzar. Pasa de regodearse en su propio drama a centrarse en todos los demás y eso es, de algún modo, refrescante. De hecho, vemos la transformación de su personalidad en los tipos de diálogos que ella misma ofrece. “Supongo que sin evolución no habría novela. No sé si puede aplicarse a la vida el mismo razonamiento, aunque tendría su gracia. Quizás es así, quizá la vida es como un libro en el que hay que ir pasando páginas, tropezando, aprendiendo, encontrando…”.
Por otro lado, aparece en escena el personaje del atractivo Nailak. Un chico que de primeras descuadra cada vez que aparece, con situaciones que no transmiten tanta química como nos gustaría, aunque sí cierta tensión indescriptible, y que nos sacan de nuestras casillas. Pero con un trasfondo aún más oscuro que el de nuestra querida Heather.
“¿No sería extraño que un ser vivo sin capacidad para sentir tristeza o desolación se suicidase? Es tan contradictorio que carece de lógica; que la naturaleza haga que algo nazca y que ese algo quiera eliminarse a sí mismo. Estamos hechos para vivir. Incluso deseando morir, el instinto te impulsa a seguir adelante un día más”.
Sin embargo, podría decirse que su excusa para ser poco partícipe de forma activa al principio está más que justificado. En fin, no os voy a contar lo que le sucedió en su pasado, pero yo no sé cómo reaccionaría en una situación así. Una vez se descubre su secreto, ves la historia con otros ojos, y por suerte al final del libro aparecen unos capítulos contados desde su punto de vista que nos ayudan a ponernos un poco en su papel. Es un personaje que me ha gustado bastante al final, de apariencia fría como el hielo, pero con unos detalles desde su silencio que a cualquiera enamorarían. Aunque considero que hay escenas que se antojan un tanto forzadas y que la primera mitad del libro tenía mucho más potencial del que ha mostrado, consiguiendo que esa primera parte resultase a ratos algo larga en cuanto al romance se refiere.
“No vale la pena pensar en lo que pudo haber sido, pero no fue. De algún modo retorcido, tu pasado te ha conducido hasta aquí, a cómo eres en este instante”.
No obstante, es alguien atento, cuidadoso, decidido, dentro de lo que cabe, y que saca lo mejor de Heather incluso sin querer. Una persona que encanta, y que a muchos nos gustaría tener cerca por todo lo que hace por los demás. En mi opinión, es la figura que mayor evolución lleva a cabo a lo largo de la historia, aunque ni él ni Heather son los únicos que sufren una bonita transformación personal. Gran parte de los mejores diálogos se los adjudico a su personaje.
También tenemos al personaje de John Bale, un viejo cascarrabias del que poco sabemos hasta casi el final, pero del que nos encariñamos con rapidez por la forma en la que cuida de Heather a pesar de insistirle en que se vaya y de ser una desconocida. ¡Y sobre todo porque gracias a él tenemos a Caos! Necesito un Caos en mi vida. Aunque volviendo a John Bale, es alguien más racional de lo que pensamos, con dolor añadido en su pasado, como los otros dos, y que también podemos observar cómo evoluciona en la novela y cómo se abre poco a poco al mundo. Y siempre, a pesar de todo, es quien le da los mejores consejos a Heather: “El sentimiento de pertenencia es una patraña que los humanos nos inventamos en busca de una seguridad. Pero no existe. ¿Sabes lo único que puedes poseer? Este instante. Este. No cinco minutos más allá ni cinco atrás”. Sin duda alguna, el viejo sabio que aporta las mayores lecciones de vida.
“Es la vida, muchacha. A veces ocurren cosas, cosas malas, y no podemos evitarlo. Cuando se escapa de nuestro control, cuesta encajarlo. Cuesta mucho”.
Y para dar otro toque de atención sobre la realidad y las percepciones, tenemos al resto de personajes que nos acompañan y a quienes también querríamos como amigos. Son la familia Inuit de Sialuk y su abuela Naaja. Ellas son quienes más nos ayudan a entender las cosas. Desde el principio nos dan su perspectiva hacia los demás, pues sobre su cultura se dice que pueden ver el alma de las personas. “Algunas personas se cierran tanto en un momento determinado que luego olvidan cómo volver a abrirse a los demás; se vuelven herméticas, necesitan protegerse porque en el fondo tienen mucho miedo o sienten dolor”. Y no solo nos dan un punto de vista aparentemente objetivo de lo que perciben de los demás, si no que nos enseñan a abrazar lo bueno y lo malo sin igual. Nos empujan a sentirnos más segur@s de nuestros defectos, y no solo de nuestras cualidades. “La oscuridad puede ser superficial y no siempre es mala, a veces lo bueno se protege tras ella. Es un recurso lícito que muchas personas usan porque necesitan sentirse seguras, resguardarse del resto del mundo. Las cosas casi nunca son blancas o negras, lo más habitual es que sean grises. No creo que debas preocuparte; estás conociéndote y no es tarde para ello. Hay personas que cruzan al otro mundo sin haber empezado a hacerlo. Tú tienes que aprender a acallar esa voz maliciosa que vive en tu cabeza y te habla de fracasos y decepciones”.
También aprendemos un poco sobre el significado que se tiene del amor. Para Heather, es la primera vez que lo siente, y la forma en que describe esas sensaciones resulta magnética. “Suena irracional, pero sé de lo que hablo por la sencilla razón de que nunca antes había sentido nada igual. Es vértigo. Es estar en el filo de un acantilado, mirando hacia abajo, decidiendo si te atreves a precipitarte al vacío o das un paso atrás y regresas a la seguridad, a tu confortable existencia sin sobresaltos. Yo me arrojé hace tiempo. Salté sin más”.
Es una historia que se centra en la culpa, en el dolor, y en la tristeza. Pero que nos acaricia suavemente y nos ayuda a enfrentar nuestros propios miedos, a abrazar nuestras inseguridades, y a echarle valor a la vida y darnos nuevas oportunidades. “Cuando te miro solo veo a alguien muy humana, real, que no esconde sus errores. ¿Sabes cuánta gente está dispuesta a admitir sus defectos con tanta sinceridad? Casi nadie. De hecho, te adjudicas más fallos de los que realmente tienes”.
Y para finalizar esta reseña, estoy totalmente de acuerdo con la cuestión de la yema del huevo, “nadie desea ser un cascarón vacío y frágil, todos queremos ser el huevo y, a ser posible, con yema; es evidente que es la mejor parte”. Solo me queda deciros que:
“- Qué suerte la mía.
– ¿Por qué?
– Por encontrarte”.